LA CONVIVENCIA: UNA DIFÍCIL PRUEBA https://www.facebook.com/groups/363583717081638/permalink/751782644928408/
Cuando una pareja decide dar el paso de empezar a vivir junta, observamos con frecuencia que no siempre se pone encima de la mesa cómo va a llevarse a cabo esa convivencia, quizás porque se suele pensar basta con el amor y con la atracción que sienten mutuamente. Pero sería interesante hablar con la pareja sobre cómo van a desarrollarse ciertos aspectos, pues las expectativas que se tengan al respecto son las que luego van a producir un mayor o menor grado de malestar, dependiendo de cuánto difiera lo que se esperaba que iba a ocurrir con lo que finalmente ocurre. Estos temas son:
El tiempo
Para muchas personas, estar en pareja puede suponer compartir absolutamente cada minuto y cada actividad que se realiza, mientras que, para otros, supone poder marcharse un sábado por la tarde sin tener que dar explicaciones de adonde se va y a qué hora va a volver.
Por ejemplo: si uno de los miembros de la pareja se siente abandonado porque su compañero decide dedicarse a otra actividad cuando iba a empezar una película que tenía muchas ganas de ver (deducimos que a su pareja no le apetecía verla), y esperaba que lo hiciesen juntos hasta el final. Si la interpretación que uno hace es que el otro no tiene interés por estar juntos y que prefiere hacer otra cosa, lógicamente va a sentirse mal.
El tiempo de cada persona es de cada persona, de manera que se estará cometiendo un error si:
• Se cuenta con el tiempo del otro para hacer una actividad propia. Nos serviría el ejemplo de la película, pues se está haciendo pasar a la otra persona un par de horas haciendo algo que no le interesa en absoluto.
• No se tiene en cuenta el tiempo del otro, y a uno le da igual que lo pierda o no, mientras no sea el propio. Cuando se convive en pareja, por lo general se asume que el tiempo va a ser compartido. Por eso es importante informar sobre decisiones que impliquen el tiempo de la otra persona.
Nuestras recomendaciones son:
• En primer lugar, que ambas partes expongan sus expectativas al respecto.
• En segundo lugar, que no se dé por hecho que el otro está esperando a que uno le diga qué hacer con su tiempo. Probablemente lo habrá organizado y, cualquier decisión, por pequeña que sea, es mejor que sea consultada y consensuada por ambas partes.
• En tercer lugar, que no se haga perder el tiempo de nadie haciendo esperar durante horas o días sin dar explicaciones. No se trata tanto de una cuestión de control, sino de no aprisionar el tiempo de otros al propio antojo. Cada persona tiene derecho a emplear cada minuto de su vida de la forma que le parezca mejor.
El dinero
Parece que existe cierto pudor a plantear cuestiones económicas cuando se está hablando de las afectivas, pero, con más frecuencia de la que podría pensarse, el tema económico, o más en concreto la falta de claridad sobre este tema, suele ser una fuente muy importante de conflictos en la pareja.
De nuevo, las expectativas por ambas partes pueden diferir de forma considerable. Para algunas personas, vivir en pareja puede significar que el dinero de ambos irá a un fondo común, con el que se hará frente a todos los gastos de dicha situación. Para otras, uno de los miembros se encargará de ganar el dinero, mientras que el otro lo administrará. Un tercer caso sería las parejas en las que el dinero se lo administra cada uno, y se pone un fondo común para gastos comunes... Las variaciones son tan infinitas como las parejas.
En cualquier caso, si se quiere eliminar una fuente de problemas en la convivencia, es aconsejable hablar claramente sobre este tema, punto por punto, situación por situación.
El espacio
El espacio físico es también muy importante cuando se inicia la convivencia.
Hay personas que tienen tendencia o necesitan mucho espacio para sus cosas y dan por sentado que son los que más necesitan, produciéndose una auténtica invasión en el hogar, con poca cabida para el resto. Esa invasión puede traducirse en objetos tangibles, como en actividades que se pueden hacer o no en cada lugar de la casa.
En cualquier caso, y una vez más, lo más aconsejable es hablar y sobre todo, negociar. El hogar es el altar sagrado donde transcurre la intimidad de las personas y es donde uno se debe sentir, especialmente a gusto.
El objetivo
Ya hemos visto que a veces las parejas inician la convivencia, pero también es frecuente que no se sepa muy bien para qué. El porqué sería evidente, y consecuencia del cariño, amor o atracción que sienten dos personas. Pero cuando éstas se suben en el mismo barco, lo quieran o no, lo hayan planeado o no, se va a mover y es preciso definir, en primer lugar, si se va en una dirección conjunta. De no ser así, es mejor apearse antes de que uno se encuentre en mitad de una relación de la que sea difícil salir; en segundo lugar, qué objetivos a corto, medio y largo plazo se pretenden alcanzar.
Lo anterior no garantiza de manera absoluta que la pareja vaya a durar toda la vida, pero habremos eliminado gran parte de las fuentes de conflicto que tienen más peso, por lo que estaremos minimizando las probabilidades de equivocarnos.
LA CONFUSIÓN DE LA MENTE
Seguramente hemos escuchado o leído en alguna parte que todo pensamiento ha de cesar, que todo conocimiento ha de ser suprimido, y todo recuerdo ha de perderse. Pero no sabemos cómo relacionar este estado de ser ‑sea lo que él fuere- con el mundo en que vivimos, con nuestra triste y dolorosa existencia.
Queremos saber qué es ese estado que sólo puede surgir cuando todo conocimiento, cuando el reconocedor, no existe; queremos saber qué relación tiene ese estado con nuestro mundo de diarias actividades, diarios empeños. Sabemos qué es ahora nuestra vida: triste, penosa, constantemente temerosa, nada permanente. Eso lo sabemos muy bien. Y queremos saber qué relación hay entre este estado y aquél; y, si dejamos de lado el conocimiento, si nos liberamos de nuestros recuerdos y demás, cuál es el objeto de la existencia.
Debemos primeramente saber con claridad qué objeto tiene la existencia tal como ahora la conocemos, no en teoría sino realmente, cuál es el propósito de nuestra existencia diaria. Casi que con toda seguridad sea nada más que el sobrevivir, con todas sus miserias, con todos sus pesares y confusión, sus guerras, destrucciones, y demás. Podemos inventar teorías, podemos decir: “Esto no debiera ser, sino alguna otra cosa”. Pero todas esas son teorías, no son hechos. Lo que conocemos es la confusión, el dolor, el sufrimiento, los antagonismos interminables. Y también, por poco que nos demos cuenta, sabemos cómo ocurre todo eso. Porque el objeto de la vida día tras días, de instante en instante, es destruirnos unos a otros, explotarnos unos a otros, ya sea como individuos o como seres humanos colectivos. En nuestra soledad, en nuestra miseria, tratamos de utilizar a otros, intentamos huir de nosotros mismos, por medio de la diversión, de dioses, del conocimiento, de toda forma de creencia, de la identificación. Tal es nuestro objeto, consciente o inconsciente, tal como ahora vivimos. Sin embargo, existe un propósito mas profundo, más amplio y trascendente, un fin que no es confusión, adquisición. Y ese estado espontáneo podría tener total relación con nuestra vida diaria.
Ese estado libre de la confusión y el sufrimiento no tiene ahora absolutamente ninguna relación con nuestra vida. No puede tenerla. Si mi mente es confusa, angustiada, solitaria, no puede ella estar en relación con algo que no pertenezca a ella misma. La verdad no puede estar en relación con la falsedad, con la ilusión. Pero eso no lo queremos admitir. Porque nuestra esperanza, nuestra confusión, nos hace creer en algo más grande, más noble, que, según decimos, tiene relación con nosotros. En nuestra desesperación buscamos la verdad, esperando que en el descubrimiento de la misma nuestra desesperación habrá de desaparecer.
Podemos ver, pues, que una mente confusa, una mente angustiada de dolor, una mente que capta su propio vacío, su soledad, jamás podrá encontrar aquello que está más allá de sí misma. Aquello que está más allá de la mente sólo puede surgir cuando las causas de confusión, de desdicha, han sido comprendidas y disipadas. Todo lo que estamos diciendo, de lo que hemos estado hablando, es cómo comprendernos a nosotros mismos. Porque, sin conocimiento propio, lo otro no adviene, lo otro es sólo una ilusión. Mas si comprendemos el proceso total de nosotros mismos, de instante en instante, entonces veremos que, al despejarse nuestra propia confusión, lo otro adviene. Entonces vivenciando aquello tendrá una relación con esto. Pero esto jamás tendrá relación con aquello. Estando de este lado de la cortina, estando en la oscuridad, uno no puede tener la vivencia de la luz, de la libertad. Pero una vez que haya vivencia de la verdad, entonces podremos relacionarla con este mundo en que vivimos.
Si jamás hemos conocido lo que es el amor, sino tan sólo conocemos constantes disputas, desdichas, angustias, conflictos, ¿cómo podemos vivenciar ese amor que nada tiene que ver con todo esto? Pero una vez que tengamos la vivencia de eso, entonces no necesitamos molestarnos en hallar la relación. Entonces el amor, la inteligencia, funcionan. Mas para vivenciar ese estado, todo conocimiento, recuerdos acumulados, actividades identificadas con uno mismo, tienen que cesar para que la mente sea incapaz de proyectar sensación alguna. Entonces, vivenciando eso, habrá transformación y acción en este mundo.
Ese es por cierto el objeto de la existencia: ir más allá de la actividad egocéntrica de la mente. Y, habiendo vivenciado ese estado ‑que la mente no puede medir-, entonces la vivencia misma de eso trae consigo una revolución íntima. Entonces, habiendo amor, no hay problema social; no hay problema de ninguna especie cuando hay amor. Es porque no sabemos amar que tenemos problemas sociales, y sistemas de filosofía sobre el modo de habérnoslas con nuestros problemas. Estos problemas jamás podrán resolverse por sistema alguno, ya sea de la izquierda, de la derecha o del centro. Ellos podrán ser resueltos ‑nuestra confusión, nuestras miserias, nuestra autodestrucción- tan sólo cuando podamos vivenciar aquel estado que no es autoproyectado.
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